[reflexiones inevitables]
Texto por Bere Equis
Fotos Ángel Orozco
El 2 de octubre del 2021, en la ciudad de Hermosillo, Atóxxxico apareció en el escenario y el “slamómetro” (término acuñado por Amílcar Peñuñuri, vocal y baterista de Suciedad Discriminada), fue un claro indicador de que el furor y la emoción de escuchar a esta banda subía de nivel. Interpretaron rolas clásicas como “De rodillas”, “Punks de mierda”, “Puerco policía”, “Divisiones absurdas”, entre otras. Tal como lo describe el Choco (Amilcar) en su tesis: “veían a las bandas como rocolas humanas, pidiendo tal o cual rola de su agrupación favorita”. Sucede siempre y esta vez no fue la excepción. Ante la insistencia de la raza, y sin contemplaciones, Thrasher (el vocalista y bajista) les contestó: “no estén chingando, no somos mariachi… vamos a tocar lo que nos dé la gana, vamos a tocar todas…”, y aunque él haya declarado en una entrevista: “algunos creen que hay que ir a escucharnos porque esto tiene valor curricular” y no estar de acuerdo con ello, sí generó en mí cierta turbación el haberlo escuchado mientras tocaban dirigirse al público entre rola y rola como “powsers”. Una palabra que a mi parecer está en desuso y refleja falta de humildad, además de ser sectaria.
Me persiguió un par de días esa intranquilidad. Cuesta trabajo entenderlo partiendo de la premisa de que estamos inmersos en el sistema capitalista y en un mundo globalizado, por lo que difícilmente se puede vivir fuera del sistema. Hace días leí un artículo donde la idea central era preguntarse: ¿qué determina al underground, los medios o los discursos?... porque utilizamos los mismos canales que el mainstream, por mencionar tan solo una contradicción.
En una entrevista que le hicieron, Thrasher declaró: “…uno crece por experiencia propia, pero crece más si pone atención a los errores cometidos por generaciones anteriores. Esto fue lo primero que aprendí: teorizar, cualquiera; accionar, no muchos”. Lo entiendo, sin embargo, el discurso segrega, presupone e impide con ello la participación y el involucramiento de los demás.
Ramírez Paredes afirma que “en una colectividad se crea cierta identidad en donde el sentido de pertenencia está inseparablemente ligado al compromiso. El grado de compromiso implica la necesidad de ser o pertenecer sabiendo por qué y no solo por una mera afición. Sin embargo, ello no supone que los involucrados sean expertos en lo que a su música y colectividad se refiere. Solamente significa que algunos de ellos se encuentran ahí por un aspecto lúdico, otros por un conocimiento que consideran suficiente para establecer un compromiso, y los restantes por un conocimiento más profundo de aquello a lo que se adhieren”.
Para
algunos fue una etapa, para otros una historia de vida. Novatos, principiantes,
exploradores, experimentadores de sensaciones, qué más da. Eso sí, el ser congruente
asumiendo gustos y filiaciones ideológicas es importante: Significarse, sin
más.
Hay
que mencionar también que a veces las chicas son consideradas groupies y
por añadidura, powsers. No creo que pocas hayamos tenido que demostrar
que estábamos allí por la música y no por los batos. La expresión empleada por
el vocal de Atóxxxico quizá se explica su experiencia personal en la
escena en el centro de la república; a decir verdad, la escena es muy diversa,
muchas tribus urbanas. No obstante, el sectarismo siempre se asoma de forma
amenazadora.
Karla,
emprendedora del underground, alguna vez en un foro organizado por Contra
Divisiones Absurdas Crew, expresó que al llegar a Sonora, desde la Ciudad
de México, se sorprendió porque las tocadas locales eran con bandas de
distintos géneros y que la gente de distintas tribus convivía sin problema. En
palabras de Darío Villanueva: “está comprobado que las personas hacemos
prevalecer nuestros prejuicios a la evidencia”.
Cabe
mencionar que ese 2 de octubre del 2021, el promedio de edad de los presentes
en la tocada de Atóxxxico en Hermosillo oscilaba entre los 35 y los 40
años: viejos conocidos y aferrados. No creo que se deba defender el derecho de
antigüedad en la música, sino la memoria. Es todavía más importante voltear a
mirarnos y escucharnos a nosotros mismos.
Preocupémonos por mantener viva la escena, por innovar, no conformarnos, respetarnos y en lugar de segregar, compartir saberes musicales; que la vida nos otorgue el suficiente tiempo para compartir las experiencias vividas y apoyar a los más jóvenes y envejecer con sentido.
Resulta
vital despertar en la raza la fraternidad, porque We are all we have.
Debemos buscar y encontrar formas de conectar a las diferentes generaciones que
conforman la escena local porque tenemos cosas que decirnos y tenemos también
un futuro en común. Podemos aprender unos de los otros, aprovechar el potencial
de cada generación de igual a igual, crecer por medio de la cooperación: hacer
vigente el código de honor entre bandas, reírnos de las divisiones absurdas,
recelos, sectarismos, envidias, jerarquías imaginarias, egos, guetos y
rivalidades, tales como el eterno “¿quién es el o la más rocker?” o el “tuve
celos hasta de mis canciones”. Al paso del tiempo se aprende que las rivalidades
finalmente no llevan a nada. Toda esta mala vibra es AntiNosotros.
Me quedo con el estribillo (de una canción de Stress), de esas frases que son mucho más que un lema y mi reflexión final, con toda nostalgia, estos largos y agridulces años en la historia de la contracultura en esta ciudad, Hermosillo, han significado la eterna búsqueda de: “¡Romper el silencio, ser diferentes, independientes, autogestivos, sobrevivientes!”. Así sea.
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