11 abril 2024

DISONANCIA DESÉRTICA NO. 3

Texto por Don Poyo Core
Ilustraciones por Tinta Bizarra


Memoria divagante

Ha pasado demasiado tiempo desde la última publicación… no hay mucho qué hacer, en cuestión de tiempo libre, cuando te gana la vida de adulto y sus (al parecer) interminables responsabilidades. De cualquier manera, hemos retomado la columna. Eso es un hecho… y en caso de que sea esta la primera vez que nos lees, Disonancia Desértica es un espacio que busca rescatar la memoria de la escena sonorense y reflexionar sobre esta en la actualidad. A veces divagando, a veces no.

 


Allá en mis tiempos, dijo el chavorruco

Sábado por la mañana. Estoy sentado frente al monitor con una taza de café siempre a mi alcance, escuchando un vinilo de HEREJÍA, banda punk de Ciudad Neza (que inició su actividad en el 88), quienes, por cierto, tocaron en Hermosillo a inicios de los años noventa en “El Burbujas” (¿o fue en el 89?), desaparecido local de fiestas infantiles a un costado del asilo y a unos pasos de la Universidad de Sonora.

Al parecer, el café y el disco de HEREJÍA, funcionan como detonantes de la memoria tambaleante y como fuente de inspiración ante la pantalla en blanco. Digo, después de todo estoy escribiendo y recordando, recordando y escribiendo; pero debo admitir que algunos recuerdos pueden ser confusos, incluso caprichosos, y posiblemente meteré la pata en más de una ocasión en cuestiones de fechas…   en fin, una de las preguntas que casi siempre hago en las entrevistas cuando colaboro o edito fanzines, es si recuerdan cuál fue su primera tocada y qué edad tenían. En mi caso… recuerdo cuál fue la primera tocada a la que asistí, fue una de ASTAROTH y NECRUM en Empalme, Sonora, un diciembre… pero no recuerdo del todo en qué año fue ni qué edad tenía con exactitud… a veces al sacar cuentas asumo que fue en el 91, otras en el 92… ¿o fue en el 90? Tenía entre 13 y 14 años, pero eso sí, estoy seguro de que mi primer evento subterráneo y ruidoso al que asistí fue en Empalme, Sonora, un diciembre durante mi adolescencia, y que esas dos bandas tocaron esa noche.   

Antes de esa tocada, sí, de ASTAROTH y NECRUM, el que pudo haber sido mi primer evento subterráneo finalmente no cuajó. Este hubiera sido en “El Infierno”, que no era sino un baldío al costado de un canal en la colonia Las Fuentes en Hermosillo, eso sí, un baldío con legendarias y clandestinas presentaciones de bandas locales que se realizaban gracias a que un vecino “prestaba” el acceso a la electricidad (a cambio de unos pesos) y que terminaban en medio de una polvareda, ya fuera por el “slam” o por la repentina llegada de las nada honorables, intolerantes, violentas y fascistas autoridades con una obvia actitud cínica por saberse, entonces, intocables... bien, creo que estoy divagando de nuevo… suelo hacerlo cuando me zambullo en el baúl de los recuerdos de mi adolescencia noventera… entonces… estábamos en… en la que pudo haber sido mi primera tocada, pero que siempre no se armó. En esa ocasión me encontraba de visita por el fin de semana en casa de mi primo Álvaro (lo cual era muy común durante mi infancia y adolescencia), quien es un par de años mayor que yo y quien me inició en el rollo del metal y el punk… estábamos en una fiesta en el Sahuaro Final, pero no cualquier fiesta, era una peda de metaleros, de morros que ya asistían a las tocadas, de entre los 13 y los 18 años, y varios empezaron a comentar que habían escuchado el rumor de una posible tocada en “El Infierno”, así que quienes traían “baicas” se lanzaron a ver si este rumor era cierto (eran alrededor de cuatro morros entre los 14 y 16). En menos de una hora regresaron diciendo que el evento no era sino eso, un rumor. Fue triste porque todos se habían emocionado, ya que en aquel entonces (finales de los ochenta e inicios de los noventa) podían pasar semanas sin que se realizaran tocadas, esto ante la abierta persecución por parte de la policía y autoridades de los tres niveles, por lo que nadie se atrevía a rentarte un local a sabiendas que sería para “una tocada de rock” (solo un par de locales de fiestas infantiles se animaron en varias ocasiones, los cuales cobraban de más aprovechándose de la situación, y si llegaba la autoridad solo decían que habían rentado el espacio sin preguntar para qué tipo de fiesta sería) y a esto súmenle la satanización de los medios locales conservadores y… bueno.

Miren, para que se den una idea: en aquel tiempo si salías a la calle con playera negra, peor si era de una banda, y con cabello largo, sabías que, aunque no pasaba todos los días, la probabilidad de ser detenido por la policía era muy alta y esto solo por tu aspecto y manera de vestir ¿Hasta dónde llegaba el asunto? Eso dependía de la suerte y del humor del policía más cercano, pero eso sí, entre más la hacías de tos, peor te iba. Hubo raza a la que se llevaron a la comandancia y ahí les daban una “calentadita” y hasta los rapaban, sobre todo si eran punks con mohak o metaleros greñudos, e incluso se dieron casos donde hasta te sembraban droga. Todo esto en nombre de las buenas costumbres y la correcta moral de la familia mexicana.

La mayoría de los padres y madres de familia rezaban en esos años para que sus hijos e hijas no les salieran “rockeros” (sociedad sonorense de eterna doble -a veces triple- moral), porque eso implicaba un estigma relacionado con drogas y otros prejuicios. Lo peor es que aun si tu familia era alivianada y te dejaban ser, tu misma familia sabía que cada vez que salías a la calle te la jugabas con los polis, y sobre todo porque socialmente existía una leyenda negra sobre los greñudos y locochones, lo cual daba más libertad a la autoridad para abusar, pues se trataba de malandros, satánicos vestidos de negro y seguramente drogadictos, a quienes se enfrentaban los honorables policías para salvar a la gente de bien. ¿Derechos humanos? Esa mamada qué.

En pocas palabras, quienes apoyaban a sus hijas e hijos que tenían el gusto por el rock y las tocadas caseras, muy pocos la verdad, igualmente se preocupaban porque sabían de la discriminación, estigmatización y violencia que la sociedad y las autoridades aplicaban y normalizaban. Es curioso, pero eso daba una sensación de pertenencia, de identidad, creaba una atmósfera de comunidad y resistencia a través de la música y la ropa. Y eso explica el porqué en Hermosillo en los ochenta y principios de los noventa, para asistir a las tocadas siempre se armaban caravanas, más si tenías que atravesar varias colonias. Nunca ibas sola o solo… y casi siempre a pie.

Lo triste es que, a mis 46 años, el día de hoy, entro en Hermosillo a un centro comercial, restaurante, ¡en pleno Siglo XXI!, y uno o varios guardias me siguen asumiendo que robaré algo solo por prieto, mi forma de vestir y mis tatuajes. Y en ocasiones, no son solo los guardias, sino también la misma clientela.

   


Divagar es mi placer

En cuanto a la empatía en casa, tanto Álvaro (sí, mi primo) como yo, tuvimos mucha suerte: nuestras familias siempre nos apoyaron en esa cuestión de vestir de negro, usar cabello largo y escuchar, como ellos decían, “rock pesado”, pero aun así sabíamos que estábamos expuestos, aun con su apoyo. Eso sí, mi madre me decía casi todos los días que no le molestaba que usara playeras con “monos satánicos” o calaveras, pero que no entendía cómo chingados aguantaba andar de negro en el verano y en un solazo de cuando menos 45 grados centígrados. Hoy le doy la razón. Por eso, en la actualidad, un tercio de mis playeras de bandas son blancas o de color, aunque eso me quite puntos en el mundo “true” … y de hecho, creo que el problema a estas alturas es que tengo demasiadas playeras.

Mil disculpas, divagué demasiado tiempo con relación a una tocada que al final no se hizo, pero a eso vine, ya lo había dicho, a divagar, a navegar por recuerdos amorfos diluidos en el tiempo y el espacio urbano y contraculturoso mágico musical de la escena sonorense, de la cual he sido parte desde mi adolescencia.

 Divagaciones de cierre

En fin, el caso es que mi primer toquín fue con ASTAROTH y NECRUM en plena época del bigote chocomilero y la punzada secundariana a inicios de los noventa, y que el recordar eventos de esos años siempre me lleva a divagar lúdicamente, y a la divagación súmale las inequívocas alteraciones esporádicas  (también lúdicas) al sistema nervioso y al hígado (no me arrepiento de nada, ni de las aguas locas en la prepa)… eso sin hacer de lado la mala memoria, (como también lo mencioné anteriormente), la cual es de nacimiento… sigo divagando… entonces, mi primera tocada “únder” fue en Empalme… creo que la segunda fue una tocada de SUCIEDAD DISCRIMINADA, donde también tocó una banda de Arizona llamada SKOLLIWOLL (en la Casa de la Cultura de Hermosillo), y la tercera fue con PUTREFAXIÓN JUVENIL en el patio de una casa en Las Quintas a un lado del CBTIS 132… pero esas son historias para otra cafeceada, disonancias venideras. Por el momento me despido, y es que las nostalgias son gratis, pero no eternas… ni el café.





Don Poyo Core

Hermosillo, Sonora. 1977. Vocal de STRESS y MUSYDEZ, editor de fanzines, integrante de Rizoma Records y Rizoma Ediciones, así como del colectivo Contra Divisiones Absurdas Crew y orgullosamente parte de la primera generación de Rock Sonora y Radio Bemba a inicios de los dos miles.              

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