29 agosto 2019

Nostalgia y fugacidad a partes iguales


Reflexiones sobre la visita 
de Massacre 68 a Hermosillo

Texto por Bere Equis
Fotos archivo Plan Nueve B

Massacre 68 en Sonora.

Esta presentación fue un reencuentro con añejos amigos. Curiosamente esa virtud tiene el Foro B (hago referencia a las “posadas hardcore-punks” que se organizan en diciembre). No obstante, esta vez, además de la nostalgia y la emoción, vino a mí una extraña sensación de melancolía. Crucé esa línea tan delgada que me llevó a cuestionarme, a partir de la certeza de que una banda de antaño visitaría esta ciudad a destiempo, cosas como: ¿hasta dónde podemos ser congruentes? Las bandas locales, el público, las promotoras, la escena en su conjunto. También resonaba en mi cabeza la polémica en redes sociales donde se discute la existencia de dos alineaciones de Massacre 68, quién tiene derecho a usar el nombre y en ocasiones se cuestiona el activismo de los Massacre 68 sin Aknez y su congruencia. Debate virtual.

De ningún modo esta reflexión es un reproche a la oportunidad tardía de ver en vivo a esta agrupación, puesto que siempre hemos sido considerados “de provincia” por las promotoras. Además, nunca fuimos algo semejante a la avanzada regia y tampoco formamos parte de las ciudades meca que constituyen la escena del rock nacional.

El movimiento underground que se gestó localmente (en Hermosillo) a principio de los dos miles trató de construir una identidad diferenciadora y marcó su distancia del rock sin compromisos o rock corporativo, el cual emprende fuertes acciones de comercialización y a la banalización de las expresiones juveniles marginales. Entiendo las vicisitudes, las eternas dificultades para traer una banda de fuera a estos lares. Toda mi gratitud al esfuerzo autogestivo y sin fines de lucro de la escena independiente y subterránea.

Que siga el ruido.

Aquí cabe reconocer a una banda que desde sus inicios su ruido fue de la mano del activismo incansable, que llegó a incomodar y de ser los patitos feos solo por no verse malditos y estileros: se llegó a decir que eran tan rolleros que jodían. Detrás de esa queja pueril se encuentran aspectos que abrieron brecha: cohesionaron la escena en los primeros cuatro años dorados del segundo milenio, días para recordar por qué se trató de tiempos de respiro libertario, el cual intentó darle sentido a nuestra existencia con corrientes de pensamiento como el anarquismo, la liberación animal, el veganismo, la autogestión, el ecofeminismo, y evidentemente en el plano musical también se vivió una etapa de gran intensidad, pues llegó una nueva generación de público proactivo y bandas que no querían sonar a otras bandas sino ser originales: me refiero a Stress. Estos tipos tejieron redes de trabajo, activismo coordinado y solidario. Cumplieron una función esencial que pasó desapercibida: fueron integradores, unificadores de la escena. Dieron a conocer la escena sonorense a nivel internacional, forjaron “amistades peligrosas” y como resultado de esa pulsión amorosa, primero por correo tradicional y después por sms,  correos electrónicos y los whatsapp, fuimos epicentro de encuentros libertarios insospechados (porque el objetivo no era solo hacer ruido y más ruido, sino que existía un trasfondo y la intención de concientizar): dieron pie al team de bandas para llevar a la realidad eventos de grueso calibre sin fines de lucro, bandas de culto a nivel global con una postura política definida, y en esa dinámica pisaron nuestra ciudad bandas como: Sin Dios, Apatía No, Last Chance, Subsistencia, Fear is the Mindkiller, Sicarii, Anarchus, Fallas del Sistema, USAISAMONSTER, así como las Colectividades de 1994, 2001 y 2003 en Hermosillo y un largo etcétera.

Massacre 68 y Stress en Ciudad Obregón.


Aquí me gustaría traer la voz que contará por qué el arder de esta pasión común se fue apagando, cómo ese momento de entusiasmo colectivo decayó. Don Poyo Core dice en la biografía de Stress:

“Después del 2006 la escena punk política en Sonora se volvió algo tóxica. Los colectivos uno a uno empezaron a desaparecer, las drogas hicieron estragos entre los punks políticos, sobre todo en ciudades como Obregón y Nogales. En Hermosillo repentinamente una generación completa de punks emigró, algunos de ciudad, muchos de país. Los pocos que quedaron entraron en un estado casi paranoico y se sentía un ambiente de cacería de brujas donde todos y todas querían demostrar quién era más anarquista, más punk, señalando a aquellos que rompían los estatutos más absurdos, casi fantásticos. El poco movimiento punk que sobrevivió a la migración (y a la vida real) se polarizó, por un lado teníamos un purismo ideológico rayando en el fundamentalismo y por el otro un nihilismo autodestructivo en muchos niveles”.

Ramírez Paredes afirma que en una colectividad se crea cierta identidad en donde el sentido de pertenencia está inseparablemente ligado al grado de compromiso. El grado de compromiso implica la necesidad de ser o pertenecer sabiendo por qué y no solo por una mera afición. Sin embargo, ello no supone que todos los involucrados sean expertos en lo que a su música y colectividad se refiere. Solamente significa que algunos de ellos se encuentran allí por un mero aspecto lúdico, otros por un conocimiento que consideran suficiente para establecer un compromiso y los restantes por un conocimiento más profundo de aquello a lo que se adhieren.

Eloy (ex Stress), Rubén (Stress) y Titi (Evangelius), viejos lobos de mar.

Son pocos los que comprenden la vigencia e importancia de los ideales, que mantienen una actitud firme. Las personas se traicionan a sí mismas, a los principios que dicen tener: lo que importa es parecer, no ser. Pocas veces la congruencia se aplica como una filosofía de vida. Según Barros Del Villar la filosofía de vida implica: la pulcra sincronía entre lo que piensas, lo que dices y lo que haces. Allí donde se contraponen los hechos y las palabras surge la incongruencia.

Cito de nuevo a Ramírez Paredes: “la música funda una identidad colectiva que se refleja en una imagen, un consumo de tiempo y de dinero en la escucha de tal música, una expresión propia, una actitud ante las cosas, una forma de socializarse, una definición de sí, una construcción permanente de espacios de socialización, un grupo de afines, ciertos códigos comunes y un sentido de pertenencia. Todo ello es posible porque la música es una experiencia subjetiva que genera sentidos y, por lo tanto, identidades”. A estas identidades las llamó “identidades sociomusicales”.

Massacre 68 en acción.

Asimismo, la música para Frith puede ser un medio de expresión, pero también una hacedora de personas, una productora de identidades. Lo que los músicos hacen son discursos musicales que, con las características propias de su lenguaje, no carecen de las propiedades de los demás discursos sociales. En este sentido, no es absurdo decir que el discurso musical posee una capacidad interpelativa que crea ciertas identidades en el ámbito social.

Los dejo con estos cuestionamientos: ¿qué influencia tiene la música en las personas, qué pasa con las influencias musicales en la cotidianidad?, ¿se han transformado las metas existenciales propias de manera radical, podemos alejarnos de una industria cultural de la nostalgia reflejada en el consumo mediático y de espectáculos en vivo?, ¿las bandas contemporáneas se significan políticamente? Dice Émile Durkheim que el pensamiento colectivo metamorfosea todo lo que toca. No cabe duda.

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